Friday 5 August 2011

Mónaco: birra y castaña

De Munich aún no te puedo contar mucho, apenas cuatro días para aterrizar, recuperar las caricias y besos atrasados y trabajar, ahora sí, cumplida la utopía del traductor viajero que con su ordenador en la mochila recorre el mundo. Continúa el viaje, de momento sin nariz roja.

De Munich la birra en los bier gardens de los que hay unos 120 en toda la ciudad aunque solo 30 de ellos reúnen las características básicas para serlo. El bier garden tradicional estaba plantado a la sombra de unos castaños o bien se les hacía crecer junto al establecimiento por dos razones: la obvia es la sombra, la otra es que los castaños tienen raíces que crecen a lo extenso y no a lo profundo y así permitían la existencia, bajo estas, de unos sótanos donde se fermentaba la cerveza casera. La otra característica para que un bier garden merezca en rigor tal nombre es que te puedas llevar allí tu propia comida.

Anoche pronucié: creo que estoy enganchado a la birra. Esto no es nuevo pero creo que me ha sido más fácil confesarlo en tierra extranjera, como si los vicios adquiridos durante el viaje fueran cosa de lo que uno puede desprenderse con más facilidad que aquellos que uno engendra en su hogar. Por suerte o por desgracia no estaremos en Munich para Wies'n que es como aquí le llaman al Oktoberfest. Ya lo están montando en el solar que tienen para la ocasión, bajo los pies de la estatua de Bavaria. El Oktoberfest viene a ser como la feria en Sevilla, de hecho su origen apenas dista 30 años de diferencia. A diferencia de la fiesta andaluza, éste no surge de un intercambio de animales entre señoritos de la zona sino que ha sido conmemoración del banquete de bodas de los principes del momento. Como toda fiesta popular también cuenta con detractores, quizás porque además de ser una celebración de orígenes monárquicos, llena la ciudad de borrachos y cultura retro. Lo mejor de la fiesta, además de la cerveza son los escotes de los Dindl que es el traje tradicional bávaro para las mujeres.

Pero no todo es alcohol y lujuria. Perdona señor esta mirada desviada que también sabe apreciar las virtudes de lo monacal que aún sobreviven en la ciudad. La gente es muy sosegada y la ciudad también, tanto que casi me da asma pensar en salir a la calle. No parece que pase mucho pero tiene el río que es una bendición. Ahí tienes a decenas de bávaros en bolas chapoteando en el agua y luciendo las carnes bajo el puente. Y si sigues caminando descubres que el Isar es larguísimo y cuando sale el sol la gente llega en masa a ocuparlo. No es como los ríos de otras ciudades como Londres o París. El Isar se mete en la ciudad por su curso natural, llega limpio y en sus riberas se puede tomar el sol, bien sobre la hierba, bien sobre los cantos rodados. Esto para alguien de Murcia es de un exotismo incomparable. Al atardecer aparece el fuego de barbacoas y al rumor del río se suma el olor a salchicha con queso (las preferidas aquí), y cuando cae la noche paseas por entre la boscosidad de la ribera y ves decenas de fuegos aquí y acullá e incluso aflora alguna que otra rave electrónica al abrigo de la oscuridad.

En Munich, como en toda ciudad, la bicicleta. Aquí además no es nada nuevo, la gente hace tiempo que descubrió las virtudes del pedaleo. Es tan natural y hay tantas que la gente no tiene que gastarse una fortuna en una cerrojo blindado TNT-proof y además las aparcan en medio de la acera con un par, como si fueran criaturas vivas con derecho a su espacio. A nadie le sorprende. También he visto a la policía multando ciclistas por no llevar luces de noche.

Sí, se cumplen los tópicos o acaso no tengo ojos nada más que para reconocer lo que sabía o como poco intuía ya. Seguiré mirando con ojos ávidos, intentando desgranar mis prejuicios de lo realmente novedoso y ver si es que a día de hoy es posible aún sorprenderse de viaje por las provincias europeas.