Tuesday 14 August 2012

En búsqueda de Jerzy

Despertar y cumplir con la producción material. Dos cafés y no sé cuantas mil palabras más tarde estoy ya en la calle.

Camino de vuelta al archivo del Instituto Grotowsky, me apetece ver qué ha pasado cuatro años después de la primera entrevista en EEUU.
Año 1973, Grotowsky ha vuelto pero ya no es el mismo de la primera vez. En su lugar hay un hombre más delgado, con barba, pelo largo y gafas de pasta, ropa tejana y un aspecto bastante dostoyevskiano que ya no desaparecerá hasta su muerte. El hombre que ha revolucionado el teatro occidental ya no habla del teatro pobre. Su vocabulario ha cambiado, habla de encuentros en lugar de espectáculos, de visitantes cuando se refiere al público. Su compañía no está produciendo ningún nuevo espectáculo sino que la búsqueda, la investigación, se centra en 'cómo conseguir vivir entre nosotros', en cómo articular una nueva forma de convivir para él y los miembros de su compañía. Grotowsky habla de sus viajes meditativos vagabundeando por la India y por EEUU.

Como bien intuye la presentadora, los intereses y el enfoque que Grotowsky lleva a la práctica teatral: la vida en comunidad, entrenar la sensibilidad, el 'encuentro'... son todos temas propios de la vanguardia hippie estadounidense de esos años. Cuando sugiere algo parecido Grotowsky intenta que desista de etiquetarle y simplificar las cosas. La presentadora, sin embargo, parece empeñada en reducir el mito a un subproducto de la cultura avant-garde yankee.

Pongo otro DVD que me ha dejado mi albacea de los bosques. Es un documental de 1980 llamado Nienadowka, el nombre del pueblo donde se crió el mito. En el vídeo Grotowsky, con 47 años ya, llega al pueblo que dejó siendo niño, con un montón de recuerdos que poco a poco nos desvelan los orígenes de su mundo interior.

Jerzy llega al pueblo con 6 años en 1940. Los nazis ocupan Polonia. Llegan su madre su hermano y él. Llegan, como se dice, con una mano delante y otra detrás. Su madre es maestra y mujer espiritual, practicante del rito católico pero inflexible a la hora de defender la comunión de todas las religiones. Emilia, así se llama, es lectora  del sabio hindú Ramana Maharsi. Éste habita y escribe desde Arunachala, montaña en la que se esparcieron las cenizas de Grotowsky. En Ramana Maharsi la madre de Grotowsky encuentra un espejo de sus propias ideas sobre Dios y pronto hace partícipe de las mismas a su hijo. Grotowsky lee este libro a los 8 años y cuenta como sus intuiciones sobre el mundo inmaterial cobran sentido. Este libro parece ser la primera puerta hacia su visión: entender los ritmos y el movimiento que subyace al mundo visible. Grotowsky hereda esa visión hinduista según la cual el mundo material es pura ilusión y bajo su delgada capa se despliega la vida en su ensencia pura, inmaterial.

Pero Grotowsky se siente cercano al mito católico del martir. Su práctica teatral y su obra dan fe de ello. No tiene desperdicio el relato de cómo su actitud rebelde de niño le llevó a enfrentamientos con el cura local. Hasta tal punto que éste llegó a prohibirle leer los evangelios. Relata ahora la historia a la puerta de un granero de madera en el lugar en el que entonces hubo un criadero de cerdos. Un día el monaguillo del cura le pasó de estraperlo los evangelios. Grotowsky rememora cómo descubrió a Jesús de manera conspirativa y no institucionalizada leyéndolo en la parte alta del criadero mientras abajo los cerdos reguñían y los rayos de sol se colaba por las ranuras entre las maderas.

Grotowsky da un paseo encontrando lugares y personajes de su infancia y desgranando su visión de la vida. Han pasado 32 años desde la grabación y para éste que escribe sus palabras han perdido el filo. Quizás su lenguaje que tanto se apoya en cuestiones espirituales de oriente resulta, en pleno 2012 - año mundial de las teorías escatológicas- un poco empalagoso. O quizás sea que el que habla, aunque tiene vocación de creyente, a la hora de la verdad se queda en escéptico.

La forma en que Grotowsky pronuncia esas palabras, sin embargo, contiene un brillo inconfundible. Tiene 47 años y parece un niño entusiasmado y lleno de curiosidad por los asuntos de la existencia. Tal vez sea que como él mismo dice, el lenguje y las palabras no tiene ningún fin. Son tan solo  ritmo. Música con la que expresar cuestiones invisibles e incomprensibles que tienen que ver con la esencia de la vida. Nuestro drama. Por eso oir a este hombre sencillo hablar, es música para el espíritu.