A ti nadie te gasta bromas. Será porque piensan que eres
gilipollas. Que no comprendes o no quieres comprender. Que si se cachondean te destruyen o
bien da igual porque no te vas a enterar. Es verdad, no entiendes el humor, no
estás capacitado, tu cerebro va siempre apresurado, 1.5 segundos por detrás de la ironía. A ti más bien te va la vara, el canto de la cabra, decirte que estas
podrido. Alguien (¿quién?) te enseñó que hay un placer libre, una voluptuosidad, que
hay belleza en el dolor. Una alegría de haber encontrado enfoque cuando todo lo
demás es paisaje de bruma, inconcreto, difuminado. El dolor y sus verdades. ¿Qué
mundo es este desde el que solo puedes expresarte a través del dolor? ¿Qué te
impide cantarle a la vida? Tú puto superego al contrataque. Neuronas a la
gresca. La ansiedad por tener que mirar el mundo con ojos alegres y la mentira elegante
de ser una persona comprensiva. Educación en paños calientes. Que mala que es
la violencia. Sobre todo si se esconde. Sobre todo si es un tabú. El paraíso es
eso, las muelas partidas de pura represión. El estreñimiento emocional y fecal.
El miedo a la mierda. Hay niños que sufren y portan cicatrices toda la vida,
recordatorio del dolor. Las tuyas están cosidas o van escondidas en el
dobladillo de la piel. Aislado como un Siddhartha en su adosado divino de la
muerte. Tú vivías en una happy family. Tus amigos se burlaban, y tú pensabas
que te tenían envidia. Apuntaban certeros a la hipocresía. Y tú lo negabas. Tú
familia es hipócrita. Duele. Has sido príncipe orgulloso y por dentro te has
vanagloriado al visitar las familias de otros, al ver sus fracturas. En tu casa
se cotillea, se fagocita con placer exceso lo ajeno. Tu casa es un palacio de
pan de oro que aunque disimule huele a iglesia y superavit de cosas buenas. ¿Dónde
están las calamidades? Solo hay decoro y buen gusto. Respeto a las tradiciones
y al rito cristiano, castizo. En tu casa no hay dolor ni cosas feas. Obsesión
por lo calmo, obsesión por la clase media, por el gusto medio. Afán de medianía.
No te signifiques más que en aquello que toca. No ventiles tu opinión. Te dan
brotes de ira mi niño. A ti de pequeño te pusieron bajo un puto sistema de
apaciguamiento a base de pastillas. Se te iba el quico. Intolerable. Hoy tienes
miedo a armarla gorda. Te agravian los cojones y tú te callas. Tu ira en los molares.
Tu ira contra esa idea de que no hay que levantarle la voz al mundo, esa forma
de ser mojigato, ese miedo a que las cosas se rompan. Esa obsesión con pedir
permiso, con trazar la línea perfecta, con cuadrar la sílaba y el metro. Necesitas
pelear. Necesitas darte de hostias verbales o físicas. Necesitas soltar amarras,
hermano. Menuda mierda de belleza frígida, me dices. De existencia de la tensa
calma, del estar de uñas, al borde siempre del estallido. Así te ahogas en el
trabajo, mejor eso que el silencio. Te duele la soledad. Te duele el silencio,
mi niño. Tienes estreñimiento emocional y esas lágrimas no se atreven a saltar.
Friday, 24 January 2014
Wednesday, 22 January 2014
Depurar el lagrimal
Dos días con lágrimas asomando, fuck yeah, la primera vez en
varios años. Sufres de estreñimiento emocional, todo menos fucking libertad
sentimental, te provoca nauseas todo el decorado, todo está edulcorado,
doctorado.
Con la sensación de huir del afecto y de arrastrarte por él
al mismo tiempo. Necesidad afectiva brutal y desdén desorbitado, mundial. Yo mí
me con porno. El paraíso: este bloqueo afectivo, la tentación de cagarte en dios
a los cuatro vientos, de cagarte en tu propia vida ajena, en todas las expectativas que te colgaron. Que te colgaste. Que yacen podridas al pié del árbol del bien y del mal. Todas las mentiras. Aquellas
en las que nunca has creído. La felicidad de las tardes de compras en el Corte
Inglés, empujar el carrito por el Tontódromo, el amor ciego al trabajo. Y las que sí: La satisfacción profesional, la plenitud personal. La posibilidad de realizar tus sueños. El bálsamo de la cultura y
una mierda. La paz en domingo y la pareja y una mierda.
La desconfianza caníbal y la podredumbre del pueblo que
somos todos. La sociedad, desconfianza. El gremio, desconfianza. La familia,
desconfianza. La pareja, desconfianza. Tú, desconfianza. Tu única confianza, en
la desconfianza.
El paraíso, dulce mentira: que todo está bien. Estreñimiento
emocional: se te fríe el cerebro porque aprendiste a no llorar. Desaprender la
basura o que te estalle la puta cabeza. Cagarte en todo con satisfacción. Hay que decir más hijo de puta. Cagarte en todo con alegría. Cagarte
en facebook y en las vomitivas redes sociales que alimentan esta versión
estéril de la vida, afectada, happy. No te gusta. Te disgusta. Te angustia. Te
fríe el cerebro. Descargas eléctricas en el cerebro, quemaduras de las que
dejan huella.
Eres torpe para la vida en pareja. Torpe para el contacto
humano. Sudas de solo pensarlo. ¿Qué se me da bien? Te preguntas. La
desconfianza. Recuerdos de miradas y la duda en los ojos de los demás. Reflejo
de tu propia duda. Cuántas cosas sigues haciendo para los demás. Eso se va a
acabar. Esto lo has oído antes. Hostias en tu cabeza. Acabar de atender a las
expectativas de los demás. Que se vayan a tomar por culo. Tus miedos. Miedo al
fracaso social, miedo a perder lo que tienes. Eres como el vagabundo que se
aferra a su manta vieja, roñosa. No tienes una mierda pero tienes miedo a perderlo.
Y cuando te lanzas a hacer, a procurarte diversión, compañeros, lazos
profesionales te persigue la sombra de la desconfianza. Ni tú mismo te fías de tus
buenas intenciones, y eso que no te propones hacer dinero. Quizás hacer dinero
a costa de los demás sea más honrado te dices. Quien busca dinero no busca
amor, no exige amistad o compañerismo, esas son cosas más caras-raras que el
dinero. Y tú buscas cariño o atención, ni siquiera distingues y tampoco sabes
si lo exiges o solo lo buscas, pero te avergüenzas y eso se te nota, y apesta a los
demás. Quizás porque mendigas compañía, porque no eres capaz de estar solo.
Quizás esa sea tu lucha, aceptar la soledad, el miedo a la soledad, el miedo al
aguijón de la soledad. Quien percibe que no te aguantas sale huyendo, tú
también lo haces. Aun así aguantan los hijos de puta porque son curiosos o están igual de
desesperados que tú. Porque en realidad somos una especie de seres desesperados,
nadie nos quiere y nosotros los primeros. Nos conocemos demasiado bien, o no
nos conocemos en absoluto, cualquiera de las dos es el problema, o que en
general no hemos sido educados en el amor a lo feo de verdad, a lo deforme, a
la muerte emocional, a la desafección que gobierna la vida. Que le tenemos
miedo, mucho miedo.
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