Thursday 6 October 2011

Arizona baby II


De la tienda salimos trastornados, quizás solo yo. Mi nena tiene más cojones que el Sheriff y el malo juntos. De pronto, frente a la tienda, como caída del cielo, apareció una iglesian (Gracias Suha!). Más bien parecía un almacén pero para el caso lo que importaba era el aspecto sacro del lugar. Nos aventuramos con el carro a ver si había espacio para aparcar y ocultarnos en la parte trasera, donde estuviera oscuro y no nos molestasen los feligreses el domingo de mañana o las bestias inmundas de la noche. Detrás del templo había un solar y en un costado del mismo reposaba una modesta casa con un pequeño farol sobre la puerta. Bajo la luz del farol la silueta de varios gatos que nos interrogaban en la distancia. Andabamos a vueltas susurrando acerca de cuál sería el mejor lugar para aparcar, hacía un calor de perros y se respiraba hostilidad. ¿Demasiadas pelis de indios? En esto que llegó un coche y de él bajó una mujer, le pedimos su opinión y para el caso permiso para pernoctar. Llamó a Dave, su Pastor y caporal del santuario en cuestión. No problem pero ahora viene él. Al poco llegó Dave, un simpático cura rechonchete que había estado Alemania 10 años y nos advirtió que aquel lugar no era Frankfurt y que tuviéramos cuidado, muchos se habían alejado del camino del Señor en aquel pueblo. Si cerrabamos las puertas no pasaría nada pero que no nos extrañásemos si venían a merodear en la noche. Welcome to the desert! Y se despidió.
La birra comprada en San Diego estaba ardiendo y tácitamente acordamos no volver a la tienda. Detrás de la iglesia había unas casas y en medio de la silenciosa noche del desierto alguien empezó a practicar ejercicios de ritmo con la batería. Al rato pasó un tren de estos legendarios sonando la bocina sin piedad. Fue el primero de una larga serie. Echamos un par de ajedreces o tres para distraernos antes de dormir y de paso reirnos un rato. Se comprende que aunque no sea el juego más gracioso del mundo sirve para sublimar posibles antagonismos de pareja.

Pasó la noche y no vino el coyote. Eso o se las apañó con mucho sigilo. De mañana vino Dave y nos invitó a usar sus duchas. Bendición del hospitario pastor, carretera y manta. Hacia el Gran Canyon del Colorado.

Atravesamos el desierto durante otras 6 o 7 horas con varias paradas en cada Walmart que encontrábamos de camino para intentar cambiar una colchoneta defectuosa que nos habían colocado el día antes y que parecía agotada en cada bendita sucursal de la más malvada cadena yankee. Al final encontramos otras colchonetas en otra tienda y conseguimos recuperar nuestro dinero de los Walmart. Con ayuda de nuestro atlas de carretera y nuestra conexión a internet móvil contramos un camping libre desviándonos de nuestro camino hacia el Gran Canyon .Sobre las 6.30, con el sol poniéndose escalamos mil metros con la burra para plantarnos en una solitaria montaña de Arizona donde ahora sí, avistamos coyotes y conejos.
Hicimos un fuego bajo la luna del desierto, salieron las estrellas y volví a ver el cielo como hacía tiempo que no lo había visto. Jugamos al ajedrez y dormimos dentro de la burra, abrazados el uno al otro, cada uno en su colchoneta y felices. Solos, lejos de casa, en medio de la naturaleza salvaje de este planeta.

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