No es que pretendiese aleccionar al joven ladrón de higos sino que la idea de abandonar el
cochecito bocarriba le resultaba inapropiada. No quería tener que
volver de madrugada, insomne y en calzoncillos, a recuperar aquel juguete así
que se lo echó al bolsillo. Entonces se quedó pensativo unos instantes, sacó la mano del
bolsillo aún con el coche y lo dejó donde lo había encontrado, bocarriba. A continuación rodeó
el huerto hasta la puerta de entrada.
Abrió el candado sin dificultad, entró y se refugió del sol bajo el pino carrasco que daba la bienvenida a aquel terreno de apenas media tahúlla de extesión. Se quedó a la sombra unos instantes contemplando su
pedazo de tierra, su única propiedad.
El huerto rebosaba vida. Las lluvias de aquella primavera, más abundantes de lo
común, y un verano más clemente que otros años daban al huerto un aspecto de
salud inmejorable. Las ramas del níspero se doblaban con el peso de los frutos,
las de la higuera lucían unos pámpanos enormes y lustrosos. Las flores del
jazminero impregnaban de sensualidad aquel terreno basto. Su delgadez y la precariedad con que pendían del arbusto equilibraban a la perfección la contundencia con que se agarraban a la tierra los árboles frutales.
Su padre había tenido razón aquel día que trajeron el pino de la sierra de
Albacete. Un día este será el lugar más fresco del huerto. Con apenas 5 años y
bajo el calor desmedido de verano le había parecido del todo improbable que
algún día se pudiera asociar la palabra fresco con aquel palmo de terreno
precisamente. Aunque le picase la piel, él había aprendido a refugiarse del calor de la
siesta bajo la higuera, allí tenía todo un ejército de indios y vaqueros que
convivían en las ramas, héroes del Oeste americano que habían escapado a
ciertas fuerzas del mal y vivían ocultos en aquellos árboles gigantes urdiendo planes para sabotear al enemigo y hacerse de nuevo con algún botín. El problema con los anillos y otras joyas, le había confesado su padre al
oído con gran complicidad, es que son demasiado pequeños e inútiles para el
valor que generalmente les damos los mayores, por eso no es raro que acaben por perderse. Este árbolito en cambio, aunque
ahora te parezca pequeño, crecerá hasta hacerse más alto que la casa, y te
aseguro que algo así de grande es imposible que se pierda.
Sonó su teléfono, era la chica de la agencia, quería confirmar si estaría en
casa hasta las 7. Los alemanes, decía, la familia que tanto interés había mostrado en la
propiedad había tenido problemas en la carretera a la altura de Alicante y
llegarían con retraso. Menudo contratiempo don Ernesto, la señorita se hacía cargo de
que era viernes y probablemente don Ernesto tuviera planes el fin de semana.
Pero están tan interesados, es una oportunidad que no podemos perder. Sí, claro Mari Luz, sin problemas, les espero al fresco bajo el pino. Qué gracioso es usted, don Ernesto. Me hago cargo de que debe de ser difícil
desprenderse de la casa de su familia, pero usted solo no puede hacerse cargo
de una casa tan grande, y es una pena, ya sabe, la humedad hace
que las casas se pongan viejas, al final esas casas, si no las cuidas... el día
menos pensado se te viene el techo abajo.
Pensó que gracias a personas como Mari Luz, personas que se hacen cargo de las casas -y aun de las causas ajenas, determinadas estructuras puede mantenerse en pié,
incluso si se trata de una casa de gran antigüedad o la memoria de una familia,
castigadas ambas por las humedades y el peso implacable del tiempo. Pensó con
cierto alivio que quizás él no había venido al mundo para soportar esos pesos y
que hacía bien en desprenderse de la casa y el huerto de un golpe.
Colgó, levantó la mirada del suelo y se quedó contemplando aquel lugar, el sol aún caía con fuerza y hacía brillar las hojas de los árboles. Le pareció que no debía de haber árboles más hermosos en toda la tierra. Para no dejarse arrebatar el ánimo por la nostalgia se dijo que solo alguien que lo tiene todo puede desprenderse de las cosas más hermosas. Solo él y el que habiéndolo perdido todo una vez ya no desea tener nada.
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